¿Os habéis fijado que cuando sufrimos una lesión o dolencia de cualquier tipo lo admitimos abiertamente en todo nuestro entorno? Sin embargo cuando se trata de una dolencia del suelo pélvico,… ¿a que solemos callarla por pudor y “vergüenza”?
Es habitual hablar de las lesiones y enfermedades que nos va sumando la vida, diabetes, colesterol, migrañas, lesiones deportivas, traumatismos por accidentes, operaciones, corazón, riñones, varices, hernias, … Todo ello causa molestias diarias que tratamos y contamos con normalidad a familiares y amigos, lo tenemos asumido y buscamos el mejor tratamiento para aliviar la dolencia.
En cambio cuando se trata de incontinencias, estreñimiento, fisuras y hemorroides, dolor en las relaciones sexuales,… la actitud es distinta, solemos callarlo incluso a nuestro entorno más cercano. Incluso tras haber sido madres, habitualmente asumimos con normalidad las cicatrices perineales y desgarros que provocó el parto, los prolapsos y pérdidas de orina y demás molestias típicas de cualquier mujer que haya dado a luz.
Afortunadamente cada día hay más gente que asume con normalidad éstas disfunciones. Es evidente que el parto o cualquier operación relacionada con los órganos genitales produce un traumatismo en la zona, que hay que rehabilitar como cualquier otro. Igual que vamos al fisioterapeuta a rehabilitar una pierna tras una fractura debemos ir para rehabilitar el suelo pélvico en el momento en que éste sufre una disfunción.
El suelo pélvico es una parte más de nuestro cuerpo que se puede lesionar, contracturar, tener una musculatura hipotónica, tener adherencias que causen dolor, etc.